En defensa de la talanquera

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Del toro al infinito: En defensa de la talanquera / Por Juan Lamarca

Escribe Ricardo Díaz-Manresa “si cae Madrid, caemos todos. Hay quien afirma que con la lamentable degradación de la corrida –visto lo visto en esta feria- en la plaza de Las Ventas, esta  se ha despeñado a una profunda sima; otros aseguran que el prestigio de la monumental madrileña ya estaba por los suelos, que ya había sido tomada por el antitaurinismo de los taurinos ante la estulticia del público, la complicidad de los medios y la bendición de una autoridad en connivencia.

¡La talanquera de Las Ventas! 

Así se le llama últimamente con animus injuriandi a la catedral del toreo, sin embargo la que sale perdiendo en la comparación es la propia plaza de talanqueras, humildes cosos levantados cada año en las fechas de sus fiestas patronales con carros de mulas antiguamente y hoy con tractores o módulos portátiles, con el esfuerzo de sus ayuntamientos y con el entusiasmo de sus laboriosas gentes.

Históricamente fueron el pozo de los sueños de las tardes de gloria de los maletillas, y el semillero de afición de los niños que jugaban al toro en sus recreos, donde los encierros daban paso a las capeas con la lidia de toros duros y bien armados por viejos románticos del lugar y de pueblos vecinos para ejercer de hombría ante la fiera, para ganarse el respeto de sus convecinos o para tratar de quitarse el hambre en una España famélica pero digna y orgullosa.

Aquellas rudas y nobles gentes conocían de sobra la maldición bíblica de ganarse el pan con el sudor de su frente y no consentían que les birlaran el dinero de sus entradas echándoles reses birriosas y toreros tramposos. Los Ayuntamientos y empresarios se cuidaban muy mucho de cumplir con lo prometido en el cartel anunciador, y los ganaderos y los espadas de ser serios y formales; al aire esgrimían los precavidos lugareños largos báculos de pastoreo por si alguien daba motivos para ser pastoreado, y por si acaso allí estaba el pilón del que algunos se aseguraban que el agua rebasara sus duras piedras por si los enojados mozos les lanzara a la  irremediable  costalá.

Flaco podría salir algún toro, porque flaco estaba todo el mundo por no comer y no por falta de apetito, pero no había timo, por el contrario tenían fama de ser temibles los toros de las capeas. La seriedad del ganado de las talanqueras no sería comparable con el que se le prepara a las llamadas figuras de esta feria de San Isidro.

La seriedad del público de las plazas de carros distaría mucho de la frivolidad y pasotismo del que invade los tendidos venteños en tardes de clavel. Los entusiasmos o desencantos de los mal llamados despectivamente catetos, serían fruto de lo que saliera por chiqueros y de lo que ocurriera sobre el ruedo, y no dependería del la alcurnia del criador, ni del color de ojos del torero o contorneo de sus caderas y, ni mucho menos, del tamaño de la taleguilla, -pues bonicos eran entonces-

Aquellas buenas, recias y afanosas gentes nunca hubieran consentido que la autoridad se riera de ellos……. y eso que entonces reinaba la autoridad y no lo que reina ahora.

Desde su buen conocimiento ganadero y entendimiento de la lidia  tampoco hubieran permitido el becerro por toro, el escamoteo de las suertes, ni el simulacro de toreo con un animalito que hace como que embiste y  un torero que hace como que torea; las gargantas hubieran rugido y volado los bastones hacia la arena.

Desde su dignidad ciudadana y en posesión de derechos como espectadores jamás habrían tolerado que la propia autoridad encarnada por un presidente y su cohorte de veterinarios se los pisoteara desde unos corrales de reconocimiento o desde la barandilla de un palco presidencial a golpe de jeta y pañuelo.

En estos casos tampoco se hubiera ido de rositas el empresario de turno cuando le recordaran el precio pagado por las localidades. ¿Y qué decir del cronista itinerante vocero interesado de aquellos perpetradores? pues que, con bigotes o sin ellos, tendría que sacar billete para su pueblo…..si le daba tiempo.

Machos eran aquellos mozos, y muy cerca tenían el pilón. Benditas plazas de talanqueras…….

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