La suerte de varas se sigue haciendo mal en casi todas las corridas de casi todas las plazas de España. Es un gran fracaso de la tauromaquia actual. Y más, cuando la suerte de varas es la responsable máxima de que naciera y de que se mantenga el ganado bravo en España, pues es con la puya con la que se ha podido seleccionar la bravura del ganado en los tentaderos y medir la bravura de los toros en el ruedo.
Recordemos someramente cómo debe realizarse y las funciones tradicionales de la suerte de varas. Aunque la reglamentación taurina española limita a dos entradas mínimas al caballo en plazas de 1ª categoría y una en las restantes, los puyazos deben dosificarse en al menos dos encuentros de acuerdo con la bravura y la fuerza del animal. La primera vez que el animal acude al caballo no sabe con qué se va a encontrar, es a partir del segundo encuentro cuando vuelve con ansias de crecerse ante la adversidad por su instinto de bravura. El puyazo debe caer en su sitio, que es la mitad trasera del morrillo y nunca en la cruz o detrás de ella y, sobre todo, nada de puyazos traseros y caídos.
No inventamos nada nuevo cuando decimos que hay que picar en el morrillo. Desde la Tauromaquia de Pepe Hillo en 1793 hasta el reglamento de Ruiz Giménez (1917), se decía que “había que picar en el morrillo, allí donde el arte exige”. El reglamento autonómico de Andalucía dice que hay que picar preferentemente en la posición caudal (trasera) del morrillo. También el del País Vasco exige picar en el morrillo y “cesar en el castigo si la puya cae en otro lugar”. El reglamento francés dice que “le picador devra piquer dans le haut du morrillo” (art.73). Por lo que se ve, tan fácil de decir como difícil de conseguir.
Con la suerte de varas se pretende, además de medir la bravura, restar fuerza y pujanza al animal para prepararlo para la faena de muleta. Es verdad que siempre se ha dicho que se hacía humillar y se ahormaba la embestida del animal mediante la afección de los músculos del cuello, así como descongestionarle por la pérdida de sangre. Según estudios recientes, parece ser que estos hechos tienen menos importancia de lo que se creía.
Lo que sí parece estar cada vez más claro es que el toro bravo necesita sentir el efecto de la puya para que aflore el sentimiento de bravura que lleva impreso en su código genético, bravura que le ayuda a superar con éxito el posible dolor y el estrés de la lidia y del ejercicio. Estamos convencidos de que la suerte de varas bien realizada ayuda a mejorar el comportamiento del animal durante la lidia.
La acción de la puya -y en menor medida de las banderillas- hace que el animal segregue endorfinas, que son opiáceos internos que bloquean los receptores del dolor y amortiguan dicha sensación. También produce la secreción de cortisol –hormona esteroidea que le ayuda a superar el estrés de la lidia y del ejercicio-, y de la dopamina, que es un neurotrasmisor que incrementa la frecuencia cardíaca y la actividad motora, con lo que se mejora la funcionalidad para la lidia. En estos fundamentos científicos empiezan a estar de acuerdo ganaderos, toreros y estudiosos, ahora solo es necesario trasladarlos al público para convencerle de la necesidad de la suerte de varas para el correcto desarrollo del espectáculo.
Bien es cierto que, para lucir al toro en la suerte de varas, es necesaria la colaboración generosa del matador, empezando por la adecuada puesta en suerte del toro. Que no le importe ceder parte del protagonismo al picador de turno y que tampoco le importe que le reste algo de pujanza al animal y alguna tanda de pases a la faena de muleta. Los aficionados se lo agradecerán con creces, pues a menudo las faenas pecan por demasiado largas.
Lo que realmente ocurre
Lo que realmente ocurre con la suerte de varas actual es que al toro no se le coloca en suerte de la manera adecuada, no se le cita como es debido y no se tiene paciencia hasta que se arranque al caballo de largo, momento en el que hay que montar y echar la vara para frenar la embestida en el encuentro. Lo que a menudo se hace es meter al toro al relance debajo del peto e, incluso, traspasando las líneas reglamentarias, tanto del toro como del caballo. Una vez debajo del peto, se le pica trasero y caído, muchas veces se rectifica el puyazo y se aplica sin dosificar, como si no fuera a darse más puyazos, barrenando repetidamente con la anuencia del matador de turno. Por ello, si se espera a que el toro esté debajo del peto para aplicar la puya es casi imposible que esta caiga delantera. Cuando por fin termina de aplicar el puyazo con intensidad, a menudo el picador no levanta el palo, lo mantiene puesto y vertical al mismo tiempo que hurga en la herida con pequeños golpes y giros de muñeca como si de un martinete y de un molinillo se tratara, prolongándose el puyazo de forma innecesaria y tramposa. Y si el toro es bravo, mientras siente el hierro en lo alto no abandona la jurisdicción de la suerte, por lo que no es verdad que se quiera acabar con el encuentro, que se quiera sacar al toro del caballo, es una gran hipocresía.
Todo lo que estamos diciendo se ve agravado cuando toda la suerte se concentra en un único puyazo, el monopuyazo, que es la expresión máxima de la realización incorrecta de la suerte de varas. Es lo que ocurre de manera natural en las plazas de 2ª, 3ª… categoría donde sólo se exige un puyazo y, en las de 1ª, donde el 2º puyazo se ha convertido en protocolario. Esto es la negación natural de la suerte de varas.
Pero lo que es verdaderamente grave es la colocación del puyazo, trasero en la gran mayoría de los casos. Cuando la puya cae en la espalda, lejos del morrillo y cerca del lomo tiene muy fácil acceso -unos pocos centímetros de piel, de grasa y de músculo- a las apófisis espinosas y transversas de las vértebras de la columna, a las inserciones musculares en la misma y a los paquetes neuronales y vasculares. Y si son acusadamente caídos pueden atravesar los espacios intercostales y llegar a la cavidad torácica y afectar a los pulmones, por ejemplo. De ahí la importancia de picar en la parte final del morrillo donde existe una gran masa muscular recubierta de una capa de grasa subcutánea, donde las lesiones no afectan a la columna, ni a los nervios ni a los vasos relacionados con ésta, son sólo lesiones menores de grandes y poderosos músculos.
El picar trasero puede llevar implícito otro gran problema y es que se le fuerce al animal a levantar la cabeza en el último tercio, con lo que se da al traste con el trabajo de selección en el que muchos ganaderos están empeñados en la actualidad: que el toro humille, para lo que no dudan incluso en cambiar la morfología por selección, produciendo animales que tengan un cuello más largo y las patas delanteras más cortas.
En la mayoría de plazas francesas se ejecuta correctamente la liturgia de la suerte, pero se cuida poco el lugar donde cae el puyazo. Muchos aficionados que no conocen la anatomía del toro no reparan dónde caiga la puya, para ellos todo es toro.
Futuro de la suerte de varas
Somos de la opinión de que una hipotética desaparición de la suerte de varas acarrearía la desaparición de la Fiesta de los toros y no solamente de los festejos de lidia ordinaria, también de los festejos populares. Así de claro y de contundente. Por ello, solo la pregunta ¿”Cree Ud. que la suerte de varas va a desaparecer”? resulta hiriente. Sin la puya no se podría seguir seleccionando a los animales en los tentaderos. Sin la puya no podría medirse la bravura del toro en la lidia y comprobar si se crece ante la adversidad. Sin la suerte de varas no podría lidiarse un toro íntegro, bravo, pujante y con una nobleza encastada que, por otra parte, es el que necesita la Fiesta. Solo este tipo de animal puede garantizar el futuro de la suerte de varas y de la Tauromaquia en su conjunto, por lo que hay que insistirles a los ganaderos para que críen estos animales que son necesarios para realizar una suerte de varas correcta y equilibrada.
Se dice machaconamente que el público actual no soporta la suerte de varas. No, lo que no soporta es la suerte mal realizada, la suerte carente de belleza y donde se ve que no hay equilibrio entre el picador y el toro. Si se ejecuta bien la suerte, colocando al toro de largo, si se le lanza la puya cuando llega el toro, si esta cae en el sitio correcto, si se dosifica la suerte en más de un encuentro, si se levanta el palo de verdad una vez picado, en suma, cuando el espectador percibe que se pica a favor del toro, entonces disfruta con la suerte. Los momentos más brillantes y emocionantes que se pueden vivir en una plaza de toros son cuando se realiza correctamente dicha suerte, que levanta al público de sus asientos y pone a todos de acuerdo. Entonces, la ovación para el picador es de gala. Es la gran fiesta de la Tauromaquia.
La realización correcta de la suerte casi nunca ocurre en nuestras plazas. Como se ha dicho, sí sucede en bastantes plazas francesas donde, curiosamente, el público es más sensible al castigo que en España, porque existe una menor tradición taurina y porque en general el público francés está más cercano a las corrientes ecologistas y de buen trato animal que el español. Sin embargo, es con la suerte de varas con la que más disfruta y, debido a su manera de concebir la tauromaquia, son mucho más exigentes en la realización de la misma. Y es en Francia donde se produce a menudo esa catarsis taurómaca colectiva que engrandece a la Tauromaquia universal.
Creemos firmemente, que el camino correcto es seguir revindicando la suerte de varas si se quiere asegurar el futuro de la Tauromaquia.
Antonio Purroy, Dr. Ingeniero agrónomo
- Martín El Viti, Matador
Antonio Miura, Ganadero
Victorino Martín, Ganadero y veterinario
Venancio Blanco, Escultor
Federico Arnás, Periodista
Julio Fernández, Veterinario
José Mª Moreno, Aficionado
François Zumbiehl, Aficionado (Francia)
Marc Roumengou, Aficionado (Francia)
Marcel Garcelli, Aficionado (Francia)