España y Francia, dos grandes naciones que aman y defienden la tauromaquia

No todos los españoles aman la tauromaquia y no todos los franceses la defienden. Nadie pretende que 46 millones de españoles y 67 millones de franceses sean aficionados a los toros. Cualquier demócrata español o francés tendría que estar en contra de que se prohíban los espectáculos taurinos como proponen antitaurinos, animalistas y populistas, a menudo, con violencia. El respeto y la libertad son patrimonio de todos los ciudadanos europeos.

La tauromaquia, con todas las vicisitudes de su génesis y de su evolución, constituye la reencarnación de esa obsesión fundamental de las civilizaciones mediterráneas, el enfrentamiento del hombre con un animal temible, plasmada en un mito también fundamental: el de la lucha entre Teseo y el Minotauro, pues abarca toda la complejidad de este mito en sus vertientes apolínea -la victoria de la inteligencia sobre la bestialidad- y dionisíaca -la complicidad para crear belleza con un animal indómito e imprevisible-. Frágil y efímera es la belleza en el toreo, tremendamente humana y mortal, por eso nos emociona tanto cuando se logra.

Tiene que llamar a la reflexión que dos grandes países de la Unión Europea, democráticos y solidarios, con unas economías desarrolladas y con unas raíces culturales que entroncan en las civilizaciones greco-romana y judeo-cristiana, permitan y potencien en la actualidad espectáculos donde los hombres y los animales juegan con la vida y con la muerte, acompañados de la emoción y del arte, dentro del respeto mutuo, sobre todo, del hombre hacia el toro. Por ello no se entiende que en ambos países la tauromaquia esté cuestionada, aunque sea perfectamente legal. En Francia está permitida “allí donde exista una tradición ininterrumpida” que coincide con el tercio sur del país (adenda de 1951 a la ley Grammont (1850)), cuya legalidad fue confirmada por la decisión del Consejo Constitucional, la más alta jurisdicción francesa, por una decisión del 21 de septiembre de 2012. Además, fue inscrita en el Patrimonio Cultural Inmaterial francés en 2011. En España, la tauromaquia es legal en todo el territorio nacional, incluida Cataluña, aunque muchos piensen lo contrario. El Tribunal Constitucional en su sentencia del mes de septiembre de 2016 reafirmó la legalidad de la tauromaquia en Cataluña, tanto la de los festejos de lidia ordinaria como la de los festejos populares (bous al carrer). Las tres leyes aprobadas en España en los últimos tiempos así lo atestiguan: la ley 10/1991 sobre “Potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos y sus consecuencias”; la ley 18/2013 en la que se regula la tauromaquia como Patrimonio Cultural y la ley 10/2015 para la salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial. Se puede reafirmar con fuerza que la tauromaquia en España y en Francia –en la parte sur del país- es absolutamente legal.

Explosión de la tauromaquia

La práctica de la tauromaquia en todas sus vertientes disfrutó de una gran explosión a partir de los años 60-70 del pasado siglo con la llegada del boom económico a España, hasta alcanzar su climax en 2007, justo antes de que llegara la gran crisis de 2008, de la que parece que estamos saliendo. En ese año de 2007 se celebraron en España 3.637 festejos de lidia, de todo tipo, cifra jamás antes alcanzada. Esta trayectoria tuvo repercusión en Francia que ha seguido la misma senda española y donde también aumentó el nº de festejos aunque de manera menos intensa. La crisis económica ha hecho disminuir el nº de festejos y el nº de vacas reproductoras –y en consecuencia el nº de toros- y aunque ahora se está produciendo un repunte, sería muy conveniente no llegar a los números de 2007. En 2017 se celebraron en España 1.553 festejos de lidia y 18.357 espectáculos populares, con un total de festejos taurinos cercano a 20.000, ¿alguien en su sano juicio puede creer que este escenario taurino se puede borrar de un plumazo en España? ¿Qué ocurriría con los 1.700 espectáculos taurinos que se celebran cada año en Francia? ¿Y en otros países taurinos?

El exceso desproporcionado de festejos repercute en la calidad de los mismos, lo que puede hacer daño a la tauromaquia pues la lidia es demasiado seria como para dejarla al albur de taurinos oportunistas. En la actualidad existe una oferta enorme de ocio muy interesante y a precios asequibles, que compite con los espectáculos taurinos que suelen ser caros y difíciles de comprender para el gran público. Una persona que se acerca por primera vez o muy de vez en cuando a una corrida no tiene las herramientas que te da la afición y el conocimiento para disfrutar del espectáculo aunque haya resultado exitoso.

¿Cómo hacer atractiva la tauromaquia?

Esta es la gran pregunta, ¿qué hacer para que la gente no abandone los tendidos o vuelva a ellos al cabo de un tiempo de desafección? O lo que es más difícil, ¿cómo hacer para que jóvenes (y adultos) vayan por primera vez a los toros? A nadie se le oculta que la tauromaquia está atravesando momentos difíciles que le pueden hacer perder espectadores. No puede ser consuelo que otras muchas actividades estén soportando la presión social en su contra tales como la caza, la pesca, el circo… e, incluso, un aspecto tan aberrante como el ataque a la producción animal que es la responsable, entre otras ventajas, de la existencia de alimentos de origen animal tan necesarios para la alimentación y la salud humanas. La ganadería juega un papel muy relevante en el mantenimiento del medio rural y del medio ambiente en el planeta. Es cierto que tiene un componente negativo por el gran consumo de agua y por la emisión de gases de efecto invernadero, pero no lo es menos que otras actividades también contribuyen a ello de manera abusiva, como por ejemplo todo tipo de transporte, las concentraciones urbanas, los grandes complejos industriales y, por qué no decirlo, las personas que habitamos el planeta y que aumentan cada día: consumimos mucha agua, desperdiciamos muchos alimentos y producimos grandes cantidades de estos gases. Se estima que en 2050, habrá cerca de 10.000 millones de personas en el mundo, ¿somos conscientes de lo que puede suponer este dato y la necesidad de alimentos para todas ellas?

Tenemos que convencernos de que la emoción es consustancial a la Fiesta de los toros. La sangría de espectadores sólo se puede evitar si el espectáculo se vuelve a preñar de autenticidad y de emoción. En los toros “el arte sin emoción no es arte” o, si se prefiere, “no debemos consentir que nos ahogue la estética” (Miguel de Unamuno). Por la puerta de toriles tiene que salir un animal íntegro, con el trapío acorde al encaste del que procede, bravo y con fuerza, que después de pasar por una suerte de varas bien realizada, medida en al menos dos encuentros con el caballo y picando en el morrillo, quede un toro con una nobleza encastada que permita realizar al torero una faena de muleta artística y con emoción; si además la suerte suprema se hace de manera correcta y el toro muere rápido con una muerte de bravo, esta clase de acontecimiento –como lo define Rafael de Paula- seguirá interesando, no solo a los aficionados, sino también al gran público que se suma de vez en cuando al espectáculo.

La emoción es la que también mantiene vivos los festejos populares de encierros y capeas por calles y plazas, y ha hecho que cada vez tengan más aceptación entre los jóvenes participantes y los espectadores. El riesgo, la autenticidad y la belleza que entraña el juego del hombre con el animal solo por la satisfacción personal acompañada por un puñado de aplausos es lo que ha hecho crecer la tauromaquia popular en España y en Francia. Las dos tauromaquias, la de lidia ordinaria y la de festejos populares, son complementarias pues tienen el mismo origen que es el ganado bravo, y el mismo fin: el riesgo, la emoción y el arte del encuentro entre el hombre y el animal. Ninguna es más que la otra y ambas tienen que unirse para defenderse de los múltiples ataques de antitaurinos, animalistas y populistas. Solo juntos seremos más fuertes.

Existen otras ventajas que no son despreciables: si no hubiera corridas no habría encierros con toros. Las ganaderías de toros para la lidia ordinaria han encontrado un nuevo nicho de mercado en los festejos populares y, lo que es más importante, los jóvenes aficionados a los encierros y a los recortes son una buena cantera de futuros aficionados para las corridas de toros.

También es necesario dar voz y protagonismo a los aficionados quienes mediante sus asociaciones y entidades hacen todo lo posible por la defensa de la Fiesta. Los aficionados, junto con el gran público, son los que gracias al dinero que dejan a su paso por taquilla se puede sostener todo el tinglado de la actividad taurina con el pago a ganaderos, toreros y empresarios. Además, son los que mantienen la llama de la afición en los meses del invierno e, incluso, son a menudo los garantes de la pureza de la Fiesta, mediante la vigilancia constante de las actividades y de los festejos taurinos. Tanto es así que a menudo nos preguntamos qué sería de la Fiesta sin ellos y si la actividad taurina se merece los aficionados que tiene.

En este campo, la tauromaquia francesa le ha sacado ventaja a la española, pues desde hace dos o tres décadas los aficionados franceses han tomado un fuerte protagonismo en la organización y supervisión de los festejos. Los ayuntamientos de las ciudades y pueblos de la Francia taurina nombran una “Comisión Extramunicipal de espectáculos taurinos” compuesta por aficionados locales que es la que asesora a la municipalidad correspondiente en la organización de las ferias o, incluso, les encargan que las organicen directamente. A menudo, esta responsabilidad recae en un club taurino relevante de la localidad. La comisión pasa a ocupar el puesto que realizan los empresarios clásicos en España: elegir el ganado, comprarlo, confeccionar los carteles y contratar a los toreros. No suele acabar aquí su tarea pues a menudo se encargan de organizar y de supervisar el desarrollo de los festejos, imprimiéndoles un carácter de exigencia y pureza. La confianza que depositan las alcaldías en los aficionados es un espaldarazo a su afición y preocupación por la Fiesta, que redunda lógicamente en la autenticidad de la misma. La colaboración estrecha entre los aficionados españoles y franceses es una asignatura obligatoria pendiente para el éxito de la tauromaquia universal.

¿Cómo apoyar y defender la tauromaquia?

Un apoyo fundamental es la correcta formación de los nuevos toreros. Merecen un comentario especial las Escuelas de Tauromaquia, que no tienen rango de centro docente oficial pero son por el momento los únicos centros dedicados a la enseñanza del arte de torear. Antiguamente, los toreros se hacían con el hatillo al hombro por las veredas de los caminos y en las tapias de las placitas de tienta. Hoy aprenden en las Escuelas Taurinas donde se forman como personas y como futuros profesionales del toreo.

         Uno de los problemas históricos de la tauromaquia es que a menudo se le ha considerado como un islote dentro del devenir social español, aunque haya habido intelectuales en la historia reciente que han reclamado su importante papel en la vida ordinaria del país. La generación del 27 por ejemplo, mostró un gran interés por los toros y varios de sus miembros frecuentaron con asiduidad los tendidos de las plazas. Federico Gª Lorca llegó a decir que “la Fiesta de los toros es la fiesta más culta del mundo”; a esto habría que añadir la “más antigua” pues ya se encuentran escenas de hombres y toros de hace 27.000 años en cuevas del área mediterránea. El filósofo español Ortega y Gasset decía que “no se podía entender la historia de España sin conocer la evolución de la tauromaquia”.

Es el momento de traer a colación el gran valor cultural de la tauromaquia pues se ha hecho presente en las siete artes fundamentales (literatura, pintura, escultura, música, danza, arquitectura, cine) y otras menores como la moda, la gastronomía…Son muy numerosos y muy renombrados los artistas que se han dedicado a escribir sobre cualquier aspecto de la tauromaquia y a plasmar en lienzos escenas relacionadas con la misma. Podría decirse lo mismo de la escultura, pues la plasticidad, la fuerza y la belleza del toro y del torero casi no tienen parangón. Escritores como Hemingway, Cocteau, Leiris, Henry de Montherlant, Gª Lorca, Bergamín, Gerardo Diego, Cela, Vargas Llosa…; pintores como Goya, Manet, Fortuny, Zuloaga, Picasso, Bacon, Botero, Barceló, Diego Ramos…; escultores (Benlliure, Gargallo, Venancio Blanco, Gómez-Nazábal, Lozano…), que engrandecen la variante cultural de la Fiesta. Lo mismo podría decirse de la música con el pasodoble –genuinamente taurino-, las incursiones en la zarzuela española, en la ópera…

A veces nos preguntamos qué ocurriría con el hecho cultural de la tauromaquia al día siguiente de la muy hipotética y de la muy improbable prohibición de la tauromaquia, tal es la influencia de los toros en la cultura universal. Qué haríamos con los muchos miles de obras escritas, con la cantidad ingente de cuadros pintados, con las muchas esculturas de toros y toreros, con todo el patrimonio artístico de las plazas de toros, el cine, el arte de los vestidos de torear… Es escalofriante la herencia cultural de la tauromaquia a lo largo de los últimos 3-4 siglos y la fuerza que aún siguen teniendo muchos artistas actuales. Hay que tener convencimiento y determinación para que Mario Vargas Llosa tenga el coraje de calarse una montera para recibir el Premio Nobel de literatura (2010) o para que el gran escultor -y pintor- salmantino Venancio Blanco, recientemente fallecido, se siguiera emocionando con más de 90 años  esculpiendo escenas de toros en el campo. Esta fuerza creadora del arte alrededor de la tauromaquia sigue muy vigente a pesar de los ataques prohibicionistas que está recibiendo la Fiesta de los toros en la actualidad.

El gran reto de la importancia de la cultura taurina en todas sus variantes sería el conseguir que la UNESCO declarara a la tauromaquia Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad, al amparo de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (París, 2003). Este hecho diferencial sería el gran espaldarazo para la continuidad de los ritos y fiestas con toros en los ocho países que en el mundo tienen actividad taurina: Portugal, España, Francia, México, Venezuela, Ecuador, Colombia y Perú; México ya ha recorrido un camino muy importante para el reconocimiento por la UNESCO.

Lo que es necesario bien con la declaración de la UNESCO o sin ella, es que los aficionados a los toros se sacudan los complejos y los miedos de encima, porque como ya se ha indicado es una actividad legal de la que no hay que avergonzarse, más al contrario, pues la tauromaquia posee unos valores éticos que no tienen nada que envidiar a los de cualquier otra actividad humana lícita y constructiva.

La unión de España y Francia en la defensa de la Fiesta es una obligación porque la fuerza que emanare de dicha unión sería prácticamente imparable en la defensa de la Fiesta. Y si esta se emplea para convencer a la UNESCO de que la tauromaquia debe ser considerada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad, entonces el éxito habrá sido total. Existen dos organismos en estos países, la Fundación del Toro de Lidia y el Observatoire National des Cultures Taurines, con unas estructuras y unos medios nada despreciables, que deben trabajar conjuntamente en esta dirección como objetivo prioritario, aunando a esta iniciativa al resto de países taurinos existentes en el mundo: solo si la petición sale de la unión de todos ellos tendrá posibilidades de ser aprobada.

Además de este asunto fundamental la unión tiene otras muchas tareas que afrontar. Ambos países tienen que ir de la mano en la defensa de la cría del toro bravo ante las instancias comunitarias. No se puede consentir que cada poco tiempo los parlamentarios de los grupos ecologistas-Los Verdes, ahora acompañados de nacionalistas y populistas, propongan la eliminación de la asignación de las ayudas PAC a las ganaderías de bravo. Esta es una actitud totalmente injusta y totalitaria que en absoluto se puede consentir. Saben muy bien que la desaparición de estas ayudas implicaría la de la mayoría de ganaderías de bravo con lo que “muerto el toro se acabó la Fiesta”, es una maniobra tan burda que hasta un niño puede adivinar las intenciones perversas. La cría del ganado bravo es una actividad lícita donde el objetivo principal de producción es la obtención de comportamiento en forma de bravura, sin olvidar la producción de carne que cada vez toma mayor protagonismo gastronómico. Además, ayuda a la conservación de la Dehesa, un ecosistema eco-silvo-pastoral de gran valor ecológico creado por la mano del hombre a lo largo del tiempo, donde una parte importante de su superficie se encuentra habitada por el ganado bravo (unas 350.000 ha.). La Dehesa se ha convertido en uno de los grandes pulmones medioambientales del sur de Europa, con una extensión de unos 5 millones de hectáreas en España y Portugal, por lo que este último país ibérico y comunitario debería de unirse a España y Francia en la demanda de estas peticiones. Tampoco hay que obviar la gran cantidad de puestos de trabajo -directos e indirectos- que proporciona la cría del ganado bravo, solo en España se estima que pueden ser unos 200.000 empleos; en suma, es una fuente de riqueza considerable.

En definitiva, estamos viviendo tiempos convulsos en nuestra sociedad y una de las actividades afectadas es la tauromaquia. No queda otro remedio que unirse España y Francia (incluso también Portugal) para trabajar conjuntamente en la defensa de una Fiesta de los toros legal, que tiene muchos adeptos y una gran relación con la historia, la sociología, la ecología, la economía y la cultura.

Antonio Purroy, Catedrático de Producción Animal

François Zumbiehl, Docteur en anthropologie culturelle

Santiago Martín El Viti, matador de toros

Victorino Martín, ganadero

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